Creo que no podría vivir en Madrid largo tiempo. La agitación de las calles, las prisas de un tráfico asfixiante y la sensación de llegar tarde a todos sitios, podrían conmigo. Sin embargo, es una ciudad que me encanta visitar. Cuando voy, procuro que sea en primavera y siempre dejo un tiempo generoso para pasear por el Jardín Botánico y subir luego por la Cuesta de Moyano hasta el Retiro.
A finales del mes abril, la floración de los castaños de Indias (Aesculus) es todo un espectáculo. Algunos viejos ejemplares tienen más de 20 metros de altura. Con mi mujer y mis hijos, hemos jugado a encontrar las tres especies de Aesculus que viven en Madrid y que han aprendido a soportar estoicamente los humos y las prisas de sus habitantes. La clásica es la de flores blancas (Aesculus hippocastanum), que procede de los Balcanes. Pero si uno se fija bien se ven también ejemplares de flores rojas (Aesculus pavia), que son de procedencia norteamericana. Y lo más curioso es que hay muchos híbridos resultantes del cruce de ambas especies (Aesculus x carnea), que lucen flores de un suave color rosado carnoso.
A pesar de los agitados tiempos que vivimos, tranquiliza ver que la genética de Mendel sigue vigente incluso en pleno centro de Madrid. Y también parece esperanzador que árboles de la Europa del Este y de los Estados Unidos intercambien sus genes en avenidas y bulevares desde los tiempos del rey Carlos III, sin manifestar prejuicios raciales aparentes.
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