¿Quién era Kircher?


ATHANASIUS KIRCHER fue un sabio jesuita alemán que representó el espíritu científico del siglo XVII. Nació en Geisa (Alemania) en 1602. Profesor de filosofía, matemáticas y lenguas orientales, se interesó por los más diversos temas del saber de su tiempo.

Fue el inventor de la linterna mágica, cartografió la Luna, las manchas solares y las corrientes marinas, ofreció hipótesis para interpretar la estructura interna de nuestro planeta, investigó el Vesubio descolgándose por su cráter, trató de descifrar los jeroglíficos egipcios, realizó experimentos de física y fisiología animal, observó la sangre al microscopio e inventó un sinnúmero de artilugios mecánicos.

Junto con Plinio, constituye el paradigma de la curiosidad científica y del gusto por el conocimiento, en cualquiera de sus formas.

lunes, 24 de marzo de 2008

Vidas de sapo


Un interesante vídeo sobre la reproducción del sapo común (Bufo bufo), el peligro que suponen las carreteras para sus desplazamientos en la época reproductora y el sistema ideado por un grupo de estudiantes de la Universidad de Vigo para evitar los atropellos. La especie presenta un marcado dimorfismo sexual, siendo la hembra mucho más grande que el macho. El sapo común tiene uno de los ojos más hermosos del reino animal: son de color cobre, con pupila típicamente horizontal.



El vídeo, puede verse en: http://www.uvigo.tv/gl/video/970

viernes, 14 de marzo de 2008

FEDERICO RUBIO: cien años de olvido


El 30 de agosto de 1827 nació en El Puerto de Santa María el doctor Federico Rubio y Galí. Su infancia estuvo marcada por la triste lejanía de su padre, don José Rubio que, en tiempos del absolutismo más pertinaz de Fernando VII, mantuvo un compromiso demasiado evidente con la causa liberal, lo que le valió el destierro y su inhabilitación como letrado.
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Las dificultades económicas en que se vio envuelta la familia desde entonces condicionaron en gran medida el futuro de Federico. Su propia "vocación" médica fue más un dictado de la necesidad que un reflejo de sus inclinaciones personales. Como resultaba muy gravoso para el presupuesto familiar de los Rubio enviar a su hijo a Sevilla a estudiar Leyes, el joven Federico tuvo que matricularse en el preparatorio de Medicina en la cercana ciudad de Cádiz.
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Durante sus estudios, las sabias economías de su madre, las reiteradas visitas a las casas de empeño o los trajes gastados y tres veces remendados no fueron suficientes. Federico Rubio tuvo que buscar algún ingreso extra ejerciendo como profesor de esgrima en el Colegio San Felipe Neri. Y luego, alternando el bisturí con el florete, consiguió una plaza de ayudante de disección en la Facultad de Medicina. Por el austero sueldo de seis duros al mes, Federico debía preparar, al menos, tres cadáveres diarios, disecar los vasos, los nervios y los paquetes musculares, ligar los troncos arteriales y mostrar la intrincada estructura de los órganos, a fin de que el profesor de Anatomía pudiera al día siguiente ilustrar su clase práctica. Tan delicada tarea debía prolongarse en ocasiones hasta la madrugada, iluminada el aula por la tétrica luz de unas velas. La experiencia permitió al joven estudiante adquirir un sólido conocimiento anatómico y una entrenada destreza, que serían luego la base de su brillante carrera de cirujano.
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Ya desde sus tiempos de joven médico en Sevilla, Federico Rubio gozó de una fama bien merecida de cirujano hábil y de ciudadano comprometido intelectualmente con el krausismo y la causa republicana. Sus convicciones políticas, heredadas de su padre, le obligaron también a él a exiliarse en varias ocasiones. Pero hay una lección perenne en la vida de Federico Rubio que, a mi juicio, es tan importante como su aportación al desarrollo de la cirugía española: se trata de una capacidad asombrosa para convertir la adversidad en provecho. En Londres, en París y en Montpellier conoce de primera mano las novedades médicas europeas. Así, si en sus tiempos de estudiante supo hacer de sus apuros económicos una vacuna contra la presunción y un estímulo para el trabajo, sabrá convertir ahora también la obligada lejanía del exilio en oportunidades de formación, que no hubieran sido posibles en el trasnochado ambiente científico de la España de entonces.
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Federico Rubio conoció de primera mano las nuevas intervenciones quirúrgicas y las popularizó en nuestro país. Así, en 1860, los cirujanos más conservadores pudieron asistir, un poco escandalizados, a la primera extirpación de ovario y un año después contemplaron incrédulos la primera extirpación de útero. Poco después, Federico Rubio les convencerá también que, en caso necesario, es posible extirpar sin riesgos un riñón e incluso el conducto laríngeo, tal como se decía que había hecho Billroth pocos años antes.
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Después de fundar en Sevilla la Sociedad de Medicina Operatoria y la Escuela Libre de Medicina y Cirugía (germen de la actual Facultad de Medicina), su compromiso político le llevó mucho más allá de lo que él mismo hubiera deseado. Tras la revolución de 1868, fue diputado electo por Sevilla a las Cortes Constituyentes y, más tarde, senador y embajador de España en Londres. Es bajo el reinado de Alfonso XII, instalado ya en Madrid, cuando abandona toda actividad política y se dedica por entero a la práctica hospitalaria y docente. Su fama está ya tan asentada que, incluso a sabiendas de sus firmes convicciones republicanas, el propio rey acude a él esperanzado ante la enfermedad que consumía irremediablemente a la reina María de las Mercedes. Rubio crea por entonces su obra más recordada: el Instituto de Terapéutica Operatoria, en cuyo seno fundaría también la primera escuela de enfermeras de nuestro país. El Instituto Rubio constituye un referente obligado en la historia española de las especialidades, un lugar donde fue posible aunar la formación médica de vanguardia, la preocupación social y la labor asistencial más actualizada.
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El doctor Federico Rubio y Galí murió en Madrid un día de agosto de 1902, la misma noche de su cumpleaños. Su memoria no puede quedarse en un simple motivo de orgullo gratuito y localista. Su obra y su ejemplo deben pesar sobre todos nosotros como una conciencia.

Juan V. Fernández de la Gala. Diario de Cádiz, 2002.


martes, 4 de marzo de 2008