"Investigar es otra manera de escuchar", solía decir el médico humanista Domingo García-Sabell. Y es verdad que indagar en los fenómenos naturales requiere una fase ineludible de escucha atenta, cargada no pocas veces de paciencia y de silencio propios. Raro viene siendo ya el arte de la escucha en un tiempo como el nuestro, que parece presidido por el ruido insustancial y la prisa constante. Los grandes científicos han estado siempre dotados de este don de la escucha. Hablo de los verdaderos científicos. Otra cosa son los eruditos de la ciencia, que pueden ser perfectamente sordos y morir sordos sin haber escuchado nunca nada distinto de su propia voz. Aclaremos bien la diferencia.
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En la profesión médica, la escucha atenta no es sólo un acto educado de respeto hacia el paciente: es un requisito obligado para una buena anamnesis y es también una herramienta de trabajo en la exploración clínica. No se trata de ninguna alegoría: desde los tiempos de Laënnec, iniciado ya el siglo XIX, el fonendoscopio nos ha permitido acercarnos a los sonidos que produce nuestro propio cuerpo e integrarlos en el contexto interpretativo que nos brindan, según los casos, la fisiología o la patología. Pocas imágenes pueden ser tan representativas de esta profesión como un médico, inclinado sobre su paciente, ensimismado por un minuto, tratando de percibir el cierre enérgico de las válvulas del corazón o el paso fatigado del aire por los bronquios. En el silencio de la sala de autopsias, recuerdo también aquel crujido metálico, inconfundible, de la hoja del bisturí cuando se topaba con la pared de una arteria calcificada. En medicina, en veterinaria, en enfermería, el arte de la escucha es obligado. Y abarca tanto finalidades diagnósticas como terapéuticas.
En la profesión médica, la escucha atenta no es sólo un acto educado de respeto hacia el paciente: es un requisito obligado para una buena anamnesis y es también una herramienta de trabajo en la exploración clínica. No se trata de ninguna alegoría: desde los tiempos de Laënnec, iniciado ya el siglo XIX, el fonendoscopio nos ha permitido acercarnos a los sonidos que produce nuestro propio cuerpo e integrarlos en el contexto interpretativo que nos brindan, según los casos, la fisiología o la patología. Pocas imágenes pueden ser tan representativas de esta profesión como un médico, inclinado sobre su paciente, ensimismado por un minuto, tratando de percibir el cierre enérgico de las válvulas del corazón o el paso fatigado del aire por los bronquios. En el silencio de la sala de autopsias, recuerdo también aquel crujido metálico, inconfundible, de la hoja del bisturí cuando se topaba con la pared de una arteria calcificada. En medicina, en veterinaria, en enfermería, el arte de la escucha es obligado. Y abarca tanto finalidades diagnósticas como terapéuticas.
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Pero tengo que reconocer que los mejores escuchadores que conozco, amén de los psiquiatras, son los zoólogos de campo. Los he visto muchas veces desplegar su maestría en el arte de escuchar los sonidos de la naturaleza. Incluso en plena noche pueden identificar las especies animales y determinar su actividad con la única ayuda del oído. Desde luego, cuando se adquiere ese hábito, las noches de verano ya no son sólo conciertos magníficos, adquieren el valor incuestionable de un acta notarial y permiten conocer la magia de las mejores historias.
Pero tengo que reconocer que los mejores escuchadores que conozco, amén de los psiquiatras, son los zoólogos de campo. Los he visto muchas veces desplegar su maestría en el arte de escuchar los sonidos de la naturaleza. Incluso en plena noche pueden identificar las especies animales y determinar su actividad con la única ayuda del oído. Desde luego, cuando se adquiere ese hábito, las noches de verano ya no son sólo conciertos magníficos, adquieren el valor incuestionable de un acta notarial y permiten conocer la magia de las mejores historias.
Carlos de Hita, por ejemplo, es técnico de sonido y ha dedicado su vida a recoger registros sonoros de gran número de ecosistemas. Tiene la rarísima virtud de analizar un paisaje con el oído, con mayor eficacia que lo haríamos nosotros con la vista. Creo que sus grabaciones merecen la pena. Ha sido nominado a los premios Emmy por alguno de sus montajes sonoros para National Geographic
- Para escuchar a Carlos de Hita explicando lo que hace y por qué lo hace, pincha aquí.
- Para escuchar un paisaje de sonidos nocturnos en Las Villuercas (Extremadura), pincha aquí.
- Para escuchar el sonido de los bosques de Valsaín (Segovia) en un día de primavera, pincha aquí
- Para escuchar el calendario sonoro de la naturaleza de Carlos de Hita y Joaquín Araújo, pincha aquí.
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(Fuente: Especiales de El Mundo. Agradezco esta magnífica referencia web al profesor Aurelio Adán)
Me parece muy curisoso e intersante el trabajo de Carlos de Hita, que siendo técnico de sonido se interse tanto por observar la naturaleza, por la ecología, y sea capaz de reconocer tantas especias concretas de un ecosistema sólo con oírlas, me imagino que tras mucha práctica.
ResponderEliminarUna maravilla el calendario sonoro, Juan. Conocía los trabajos de Carlos de Hita, pero este calendario me ha retrotraido a mi época universitaria.
ResponderEliminarLa ornitología tiene estos encantos.
Un saludo.