Uno de los inventos más pintorescos que se atribuyen (no sé si con completo fundamento) a Athanasius Kircher es este piano de gatos. Es fácil imaginar su funcionamiento: requería una selección previa de gatos por el vecindario, que, de acuerdo con la afinación de su maullido, eran colocados en el compartimento correspondiente. Se necesitaban siete: uno por cada nota musical.
El pianista se sentaba ante el techado y se encomendaba a Santa Lucía piadosamente antes de accionar las teclas. Éstas ponían en marcha un resorte con un alfiler en la punta. Lo que queda es fácil de imaginar. Obviamente eran piezas breves y nos gustaría pensar que luego se ofrecería a los gatos un piscolabis reparador a base de sardinas y de leche tibia.
En cualquier caso, si te apetece disfrutar esta noche de un buen concierto de gatos, te recomiendo que pinches en este enlace a un post reciente: il duetto buffo per due gatti, atribuido a Rossini.
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