¿Quién era Kircher?


ATHANASIUS KIRCHER fue un sabio jesuita alemán que representó el espíritu científico del siglo XVII. Nació en Geisa (Alemania) en 1602. Profesor de filosofía, matemáticas y lenguas orientales, se interesó por los más diversos temas del saber de su tiempo.

Fue el inventor de la linterna mágica, cartografió la Luna, las manchas solares y las corrientes marinas, ofreció hipótesis para interpretar la estructura interna de nuestro planeta, investigó el Vesubio descolgándose por su cráter, trató de descifrar los jeroglíficos egipcios, realizó experimentos de física y fisiología animal, observó la sangre al microscopio e inventó un sinnúmero de artilugios mecánicos.

Junto con Plinio, constituye el paradigma de la curiosidad científica y del gusto por el conocimiento, en cualquiera de sus formas.

martes, 25 de noviembre de 2008

STENO o la locuacidad de la Tierra (Reposición)



Hoy, 25 de noviembre, la Iglesia católica recuerda en su santoral al beato danés Niels Steensen (1638-1686), cuyo nombre lo hemos castellanizado como Nicolás Steno (Stènon para los franceses). Lo traemos aquí porque fue médico y geólogo y una personalidad de gran prestigio científico en su época. Hoy lo recordamos sobre todo por su aportación geológica más elemental: el conocido principio de Steno o de superposición de los estratos, que establece que, en una serie de estratos no deformados, los más profundos son también los más antiguos. Esto, que parece hoy una obviedad, ha logrado convertir el suelo que pisamos en un tesoro documental, un archivo locuaz que los paleontólogos han aprendido a leer poco a poco en la laboriosidad polvorienta de las excavaciones. Gracias a Steno, cada estrato, para quien conoce el lenguaje primigenio de los fósiles, se convierte en una página de la historia de la Tierra que puede ser leída, interpretada, rescatada del silencio opaco de las rocas y convertida en una crónica realmente apasionante.


Médico en la corte del gran Duque de Toscana, los saberes de Steno se extendieron también por los espacios geométricos de la cristalografía, y por los secretos terrenos de la fisiología animal y la anatomía comparada. Y hasta hoy, en los manuales de anatomía más modernos, el conducto que vierte hacia la boca la saliva de la glándula parótida lleva todavía el nombre de conducto de Stènon, como testimonio de sus minuciosos trabajos anatómicos.


Un día, unos pescadores le ofrecieron una cabeza de tiburón y Steno la diseccionó con la misma atención que ponía en todo. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de la enorme similitud entre los dientes del tiburón y unas curiosas piedras en forma de lengua (glossopetrae, las llamaban) que se consideraban meros caprichos de la naturaleza. Y se le ocurrió pensar que esas piedras podrían muy bien ser dientes petrificados de tiburones de otras épocas. Fue un feliz destello de intuición que permitió a la Geología pasar de ser una mera ciencia descriptiva y plana, a tener esta nueva coordenada de profundidad histórica.

De este modo, y gracias a Steno, la ciencia geológica pudo encontrar los medios para establecer los fundamentos de una geocronología científica, basada en el registro fósil y no en las confusas cábalas y elucubraciones que algunos hacían a partir de los textos bíblicos. Elucubraciones que habían llevado, por ejemplo, a James Ussher, obispo de Armagh (Irlanda) a concluir en 1654, tras arduas cavilaciones, que la Tierra tendría que haber sido creada el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo y, para ser precisos, exactamente a las nueve de la noche.

Sus conclusiones las publicó Steno en 1669 en su obra más significativa: “De Solido intra Solidum naturaliter contento Dissertationis Prodromus”, es decir, “Preludio (o Pródromo) de una disertación acerca de los cuerpos sólidos encerrados de forma natural en otros cuerpos sólidos”, título francamente sugestivo que por sí solo constituye desde luego una invitación a la lectura.

Desconocemos los motivos, pero pocos años después, en 1675, Steno se ordenó sacerdote y abandonó por completo sus investigaciones científicas. Desde entonces su producción literaria se limitó exclusivamente a cuestiones teológicas y espirituales. Dicen que se esforzó, sin éxito, en mediar entre católicos y protestantes para superar el cisma. No en vano, su padre fue pastor luterano y él mismo se convirtió al catolicismo siendo ya adulto. El caso es que, dos años después de su ordenación, fue nombrado obispo y enviado al norte de Alemania, en plena zona protestante. Fue beatificado en 1987 por la Iglesia católica. Eso está bien, pero me da por pensar qué nuevas aportaciones sorprendentes se perdió la ciencia del siglo XVII, de haber proseguido Niels Steensen su carrera científica.

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