"No te he dado ni rostro, ni lugar alguno que sea propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que te sea particular, ¡oh Adán!, con el fin de que tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desee, los conquiste y de ese modo los poseas por ti mismo. La Naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal, ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma."
Este texto, conocido como "Discurso sobre la dignidad del hombre" (Oratio de hominis dignitate) fue escrito en el Renacimiento por Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) y está sacado de la introducción de su libro Conclusiones philosophicae, cabalisticae et theologicae, publicado en Roma en 1486 y conocido popularmente como "las 900 tesis".
Pico della Mirandola fue un personaje digno de la mayor atención. Se anticipó varios siglos al movimiento ecuménico, que intenta hacer una reflexión sobre el fenómeno religioso desde la perspectiva de una fe interconfesional. La propuesta tiene bastante lógica: si Dios se ha revelado a las diferentes culturas y a cada una le habla en su idioma y en su contexto cultural, la mejor forma de conocer qué cosa sea Dios será intentar ver qué hay de común en todas las religiones que lo proclaman. Eso nos dará una idea de los rasgos genuinos del rostro de DIos, eliminando los meros accidentes o la simbología apócrifa añadida por cada cultura. Los fundamentalistas de su época, bien seguros de sus verdades (pues ellos mismos las habían acuñado a su medida con el fuego, metafórico o real, de su intransigencia), se escandalizaron. Y el Papa de su época lo declaró hereje y lo excomulgó. La Iglesia católica ha sido siempre muy poco proclive a las concesiones ecuménicas, engreída, quizá, por su preeminencia numérica frente a las demás confesiones. El pontífice que le sucedió, lo rehabilitó, sin embargo, poco después.
Hoy, medio milenio después, las cosas siguen exactamente en el mismo punto, por increíble que parezca. Hace sólo unos años, el profesor Jacques Dupuis, por ejemplo, teólogo jesuita de esta línea ecuménica fue también silenciado por la Inquisición (hoy llamada eufemísticamente Congregación para la Doctrina de la Fe, pero tan castradora y expeditiva como entonces: hoy no quema a la gente, pero las amordaza y desacredita su dignidad intelectual o moral con recursos poco evangélicos).
Triste destino el de los profetas. Ya desde los tiempos del Antiguo Testamento desconciertan a los poderes religiosos y denuncia su afán de monopolizar la verdad y guardar las esencias de Dios bajo llave. Son voces peligrosas, que nos quitan el sueño y nos advierten que el mundo no cabe en un solo libro.
Este texto de Pico della Mirandola viene a ser para algunos algo así como el manifiesto oficial del hombre renacentista. En el latín original tiene un ritmo muy musical y es una pieza de gran belleza literaria:
Pico della Mirandola fue un personaje digno de la mayor atención. Se anticipó varios siglos al movimiento ecuménico, que intenta hacer una reflexión sobre el fenómeno religioso desde la perspectiva de una fe interconfesional. La propuesta tiene bastante lógica: si Dios se ha revelado a las diferentes culturas y a cada una le habla en su idioma y en su contexto cultural, la mejor forma de conocer qué cosa sea Dios será intentar ver qué hay de común en todas las religiones que lo proclaman. Eso nos dará una idea de los rasgos genuinos del rostro de DIos, eliminando los meros accidentes o la simbología apócrifa añadida por cada cultura. Los fundamentalistas de su época, bien seguros de sus verdades (pues ellos mismos las habían acuñado a su medida con el fuego, metafórico o real, de su intransigencia), se escandalizaron. Y el Papa de su época lo declaró hereje y lo excomulgó. La Iglesia católica ha sido siempre muy poco proclive a las concesiones ecuménicas, engreída, quizá, por su preeminencia numérica frente a las demás confesiones. El pontífice que le sucedió, lo rehabilitó, sin embargo, poco después.
Hoy, medio milenio después, las cosas siguen exactamente en el mismo punto, por increíble que parezca. Hace sólo unos años, el profesor Jacques Dupuis, por ejemplo, teólogo jesuita de esta línea ecuménica fue también silenciado por la Inquisición (hoy llamada eufemísticamente Congregación para la Doctrina de la Fe, pero tan castradora y expeditiva como entonces: hoy no quema a la gente, pero las amordaza y desacredita su dignidad intelectual o moral con recursos poco evangélicos).
Triste destino el de los profetas. Ya desde los tiempos del Antiguo Testamento desconciertan a los poderes religiosos y denuncia su afán de monopolizar la verdad y guardar las esencias de Dios bajo llave. Son voces peligrosas, que nos quitan el sueño y nos advierten que el mundo no cabe en un solo libro.
Este texto de Pico della Mirandola viene a ser para algunos algo así como el manifiesto oficial del hombre renacentista. En el latín original tiene un ritmo muy musical y es una pieza de gran belleza literaria:
Nec certam sedem, nec propriam faciem, nec munus ullum peculiare tibi dedimus, o Adam, ut quam sedem, quam faciem, quae munera tute optaveris, ea, pro voto, pro tua sententia, habeas et possideas. Definita ceteris natura intra praescriptas a nobis leges coercetur. Tu, nullis angustiis coercitus, pro tuo arbitrio, in cuius manu te posui, tibi illam praefinies. Medium te mundi posui, ut circumspiceres inde commodius, quicquid est in mundo. Nec te caelestem neque terrenum, neque mortalem neque inmortalem fecimus, ut tui ipsius quasi arbitrarius honorariusuque plastes et fictor, in quam malueris tute formam effingas.
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