¿Quién era Kircher?


ATHANASIUS KIRCHER fue un sabio jesuita alemán que representó el espíritu científico del siglo XVII. Nació en Geisa (Alemania) en 1602. Profesor de filosofía, matemáticas y lenguas orientales, se interesó por los más diversos temas del saber de su tiempo.

Fue el inventor de la linterna mágica, cartografió la Luna, las manchas solares y las corrientes marinas, ofreció hipótesis para interpretar la estructura interna de nuestro planeta, investigó el Vesubio descolgándose por su cráter, trató de descifrar los jeroglíficos egipcios, realizó experimentos de física y fisiología animal, observó la sangre al microscopio e inventó un sinnúmero de artilugios mecánicos.

Junto con Plinio, constituye el paradigma de la curiosidad científica y del gusto por el conocimiento, en cualquiera de sus formas.

jueves, 1 de octubre de 2009

Francisco Ayala en Cádiz: un soplo de racionalidad





Un soplo de racionalidad
Juan V. Fernández de la Gala


El profesor Ayala llegó hace unos días a Cádiz desde la lejana California. Allí enseña Biología evolutiva en la Universidad de Irvine, es escritor prolífico y miembro de la Academia Nacional de Ciencias. Forma parte, además, del comité editorial de la prestigiosa revista Proceedings y, en su día, fue también asesor científico del presidente Bill Clinton. Por increíble que parezca, Ayala encuentra tiempo todavía para comprobar por su propia mano si las uvas de sus viñedos tiene ya el punto exacto de madurez que los bodegueros le exigen.

Delgado, luciendo un terno gris y mirando a veces de reojo la pintura del techo, como si quisiera encontrar allí la palabra justa en español que le faltaba a su discurso, fue desmontando una a una las falacias y recordándonos las pruebas ineludibles de la evolución biológica, que ya enunció magistralmente Charles Darwin y que hoy la genética y la biología molecular han enriquecido con evidencias aún más exquisitas. Precisamente una de las ideas más elegantes, el llamado “reloj molecular”, fue el fruto de su tesis de doctorado en la Universidad de Columbia, una ingeniosa técnica que permite datar cronológicamente hechos evolutivos, comparando la composición química de las proteínas en diferentes especies.

El Génesis nos habla de un Dios alfarero, aficionado a modelar el barro y a soplarlo después y la tradición catequética ha usado con frecuencia el símil de un Dios relojero para sugerir que diseños biológicos tan sorprendentemente perfectos, como el ojo o el cerebro, necesitarían inexcusablemente de un artífice, de un diseñador inteligente. Darwin encontró una explicación brillante que no necesitaba de alfareros entusiastas ni de relojeros suizos. La llamó “selección natural”. Hermosamente sencilla, era la explicación perfecta.

Sin embargo, la superstición, disfrazada de Diseño Inteligente, pretende todavía hoy restaurar el creacionismo clásico y presentarlo incluso como una alternativa “científica” en escuelas e institutos. En los Estados Unidos la cuestión ha despertado tan viva polémica, que ha exigido incluso pronunciamientos judiciales para poner las cosas en su sitio. No hemos llegado a tal extremo en España, aunque el debate sí cobró tintes muy agrios en el XIX, cuando una Iglesia beligerante y monolítica quiso plantar cara al darwinismo y combatir a quienes, desde las cátedras, las academias o los centros de enseñanza, tuvieron la osadía de adherirse públicamente a una visión considerada entonces peligrosamente materialista y atea.

Mucho han cambiado las cosas, afortunadamente, y hasta el propio Vaticano, que no pasa precisamente hoy por su etapa más aperturista, ha dejado bien clara su postura de distanciamiento frente al Diseño Inteligente y recuerda que la Biblia no es un libro de ciencia, que el lenguaje bíblico es alegórico y que el escritor sagrado, cuando intentaba explicar verdades de fe, lo hacía inmerso sin remedio en el paradigma cosmológico vigente en su época.

Aclarado el asunto, sólo los sectores más fundamentalistas del catolicismo mantienen todavía el gesto adusto cuando oyen hablar de Darwin. Por lo demás, ciencia y religión son, a juicio de Ayala, dos ventanas distintas desde donde mirar el mismo mundo. La ciencia explica los procesos, la religión se pregunta por los significados. El conflicto llega cuando alguna de ellas extralimita su campo de competencias.

Diez lámparas isabelinas trataban aquel día de iluminar el Salón Regio del Palacio de la Diputación. Precisamente, Francisco José Ayala pidió que se apagaran algunas para poder proyectar imágenes en la pantalla. En la penumbra que se creó entonces, Ayala nos iluminó a todos el entendimiento y el sentido común. Fue una experiencia gozosa y clarificadora.

1 comentario:

  1. Resulta sorprendente aún que en algunos ámbitos no se incorpore el evolucionismo y el darwinismo, a pesar de ser algo totalmente comprobado. Sin ir más lejos el archiconocidísimo libro de Anatomía Testut-Latarjet, que hoy día adquieren los estudiantes de Medicina no deja de ser un delirio lamarckista. Es inconcebible que aún se utilicen semejantes manuales para el aprendizaje de la Medicina. El problema radica en que parece ser que hay un amplio convencimiento de que la Medicina es una disciplina autónoma de la Biología. Un pensamiento aberrante: la Medicina sin una base biológica adecuada se queda en la época de Galeno.

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