¿Quién era Kircher?


ATHANASIUS KIRCHER fue un sabio jesuita alemán que representó el espíritu científico del siglo XVII. Nació en Geisa (Alemania) en 1602. Profesor de filosofía, matemáticas y lenguas orientales, se interesó por los más diversos temas del saber de su tiempo.

Fue el inventor de la linterna mágica, cartografió la Luna, las manchas solares y las corrientes marinas, ofreció hipótesis para interpretar la estructura interna de nuestro planeta, investigó el Vesubio descolgándose por su cráter, trató de descifrar los jeroglíficos egipcios, realizó experimentos de física y fisiología animal, observó la sangre al microscopio e inventó un sinnúmero de artilugios mecánicos.

Junto con Plinio, constituye el paradigma de la curiosidad científica y del gusto por el conocimiento, en cualquiera de sus formas.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Epitafio discreto para la i griega



El DIARIO DE CÁDIZ de hoy viernes publica (en versión impresa y digital) este comentario sobre la i griega. Agradezco al diario su acogida, pero la versión publicada corresponde al borrador, no a la versión definitiva, que es esta que se recoge aquí. El grueso principal de este texto se publicó en la revista Panace@.

Epitafio discreto para la i griega
Juan V. Fernández de la Gala

La nueva gramática de la lengua española pretende jubilar definitivamente a nuestra i griega para llamarla exclusivamente "ye". No deja de ser extraño que, si ambas denominaciones coexisten desde antiguo, cercenemos de repente una de ellas Y, sobre todo, que sea la de menor calado entre los hablantes la que prevalezca. Es estupendo que la RAE nos oriente, con su venerable prudencia, sobre correcciones ortográficas, sintácticas, semánticas o gramaticales. Los hablantes, que somos gente acomodaticia y fiel, estamos dispuestos a escuchar y a seguir su docto criterio. Pero, respecto al modo diverso en que las cosas se llaman o se dejan de llamar, a la RAE sólo le queda levantar acta notarial de lo que el pueblo soberano decida con el uso. Doña María Moliner entendió bien esta idea y, quizá por eso, su Diccionario de uso del español sigue siendo una obra estimada y consultada.

Dicen que la i griega se incorporó al alfabeto latino para que pudieran escribirse fielmente algunos helenismos. Lo hizo de forma muy tardía y, por eso, desde sus orígenes griegos como letra ípsilon, ha vivido la pobre en la cola del abecedario latino y, lo que es peor, en la ambigüedad funcional o en la perpetua crisis de identidad de quien no sabe bien si es vocal o es consonante. Quizá por eso la Y tiene mucho mérito y sabe ser conjuntiva sin necesidad de estar en el ojo o abiertamente copulativa sin el menor atisbo de procacidad.

La solemos llamar i griega, aunque su valor de consonante aconsejó hace tiempo acuñar a su medida el término ye, pues una i, por muy griega que sea, sugiere siempre un nombre de vocal. Así figura en el DRAE desde 1869, y la voz «ye» tiene incluso su entrada propia desde 1884. El término no ha tenido, sin embargo, demasiada penetración en los hablantes de hoy, como muy bien certifica el propio Diccionario panhispánico de dudas de la RAE.

Pero, a lo largo del tiempo, la i griega ha recibido otros nombres más sugestivos e incomparablemente más elegantes: la «letra de Pitágoras», se la ha llamado o, forzando aún más la metáfora, el «árbol de Samos», por ser esta isla la patria del filósofo. Los motivos de esta curiosa denominación no están claros. Aducen algunos razones que discurren entre lo mítico y lo filológico. Así, en el Diccionario de autoridades de 1739, se nos ofrece esta explicación:

"Llámase la Y letra de Pythágoras, porque se supone que este Philósopho la añadió al Alphabéto Griego, tomando su figura de la que forman al volar las Grullas."

Otros apuntan motivos morales o filosóficos y sostienen que la Y, con su tramo vertical y sus brazos abiertos al aire en perpetua dicotomía, constituye la metáfora tipográfica perfecta de la vida humana. Según la filosofía pitagórica, todos los hombres se comportarían de modo similar en la infancia, pero, al iniciarse la edad adulta, la vida nos ofrece disyuntivas ante las que es preciso elegir un camino u otro. Y así empiezan a diferenciarse las vidas de los seres humanos: unos optan por el sendero del esfuerzo y la virtud, y otros por la senda fácil que conduce al abismo de los vicios. Todo un tratado de moral escrito con una sola letra.
Por último, hay también una interpretación geométrica para entender la Y como «letra de Pitágoras»: la demostración clásica del famoso teorema (el cuadrado de la hipotenusa equivale a la suma de los cuadrados de los catetos) adopta gráficamente el aspecto de una i griega. Una explicación sencilla que a mí se me antoja bastante convincente.

Sea como fuere, pocas letras hay tan bien aprovechadas en el mundo de las ciencias como la i griega. En matemáticas la usamos para referirnos al eje cartesiano de las ordenadas o para nombrar nuestra ignorancia cuando es tan grande que ya no nos basta sólo con la x para designar nuestras incógnitas. La Y es también el modo de simbolizar la antena en los esquemas eléctricos. En química es el símbolo del elemento itrio y la forma más abreviada del aminoácido proteico tirosina. En biología llamamos Y tanto al cromosoma sexual masculino como al bacilo disentérico de His-Russell o de Frexnel (Shigella frexneri), y es también una Y el modo en que solemos esquematizar las inmunoglobulinas cuando uno pretende ser didáctico. En la anatomía de algunos crustáceos, se llaman «órgano Y» a un par de glándulas endocrinas, de localización cefálica, que son las encargadas de controlar la muda del caparazón quitinoso de estos artrópodos. Y hasta en nuestra propia anatomía, ya desde los tiempos de Rufo de Éfeso, el hueso hioides recibía precisamente este nombre (en griego: hyoeidés ostoûn, «hueso en forma de ípsilon» o «hueso ipsiloideo») por su enorme parecido con la letra ípsilon minúscula (υ), antecesora griega de nuestra Y.

La i griega se usó también en la Edad Media para representar el valor numérico 150, que, con una simple raya por sombrero, pasaba a valer nada menos que 150 000. Y hoy nos bastaría cruzar el tramo vertical con dos trazos paralelos (¥), para que a la i griega se le vuelvan los ojos rasgados y se convierta en el símbolo monetario del yen. Por si eso fuera poco, antiguamente la Y fue también adverbio de lugar, para significar ‘allí’ (del latín ibi), función que todavía conserva en la lengua francesa. Desde luego, pocas letras hay en el alfabeto con una versatilidad tan proverbial.

Añadamos, para colmar el pasmo, una acepción más para la Y. Reconozco que ésta un tanto escatológica. Pido disculpas. En el Diccionario de las nobles artes, de Diego Antonio Rejón de Silva (Segovia, 1788), se explica respecto a la i griega que se usa en Madrid como sinónimo de letrina o retrete, y «dícese así porque los caños del conducto forman una Y en las reparticiones de cada quarto». Así pues, pasó de designar el sumidero en Y a designar, por extensión, la estancia completa. También lo recoge de este modo el famoso Diccionario Castellano con las voces de Ciencias y Artes, del insigne jesuita Esteban de Terreros y Pando, que, para la voz «letrina», propone la siguiente definición: “hoyo o sumidero que se hace en las casas para arrojar el excremento humano [...] o, como hoi le llaman en Madrid, I griega, por tener esa figura”.

Queda claro que, desde la más elevada moral pitagórica, simbolizada en el árbol de Samos, hasta la más inmunda cloaca madrileña, la i griega sigue presente en nuestra cultura lingüística y científica. Fue uno de los muchos dones griegos que nos trajo el mar. ¿Es preciso que renunciemos a ella? Deberían recordar nuestros amables académicos que si acomodan sus augustas posaderas en los sillones, mayúsculos o minúsculos, de la institución no es para convertir en ley sus veleidades personales sobre el idioma, sino para ser notarios escrupulosos y atentos del uso que el pueblo hace de la lengua. Una lengua viva que ha demostrado crecer mucho mejor en la promiscuidad de las esquinas que en las tribunas polvorientas de la erudición.

2 comentarios:

  1. Magnífica exposición. Comparto especialmente el párrafo del final:"Deberían recordar nuestros amables académicos que si acomodan sus augustas posaderas ... no es ... sino para ser notarios escrupulosos y atentos del uso que el pueblo hace de la lengua", que incide en lo que apuntaba el inicio: "a la RAE sólo le queda levantar acta notarial de lo que el pueblo soberano decida con el uso"
    PERO TODO EL ARTÍCULO ES UNA LECCIÓN, que deberían aprenderse especialmente los "facedores de entuertos" en que se han convertido los "académicos". A mí, pero, ya no me asombran sus salidas por los cerros de übeda, después de leer al P.Reverte en defensa de la actual redacción del término "gallego", apoyándose en ese papel de "notaría", tan equivocadamente asumido en ese caso y en cambio impedonablemente obvidado en, por ejemplo, el de nuestra querida Y griega (por cierto, siempre me extrañó que al escribir su compuesto y bella helénico nombre, se use,como tú haces, la i latina, ¿no sería más apropiado usarla a ella misma y escribir "y griega"?)

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  2. Extraordinario artículo. Realmente, lo desconocía yo todo acerca de la querida "i griega". Ahora ya no. Gracias.

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