Reproduzco aquí el artículo In defence of History de Antony Beevor publicado en The Guardian. Contiene, desde mi punto de vista, varias reflexiones interesantes sobre cómo puede abordarse la enseñanza de la Historia, especialmente en la sociedad cada vez más multicultural y menos localista en que estamos inmersos.
Me he atrevido también a resumir en estos nueve puntos las principales ideas de su texto. Advierto contra los puntos 8 y 9, que creo que nacen de interpretaciones personales mías y no sé si corresponden del todo al hilo argumental de Beevor en este artículo. Son éstos:
1) La Historia no se puede limitar a una sucesión cronológica de hechos muertos, aparentemente irrelevantes hoy y de nula aplicación práctica.
2) Por el contrario, la enseñanza de la Historia conlleva el entrenamiento en los alumnos de numerosas capacidades útiles: búsqueda de fuentes de información, valoración crítica de las mismas, desarrollo de las habilidades lógicas de análisis, síntesis e interrelación de hechos y la capacidad de exponer luego todo ello con la necesaria coherencia e interés.
3) Sólo conociendo el pasado podemos entender la aparente perplejidad que nos produce el presente. La Historia proporciona una atalaya útil para ver e interpretar el mundo, una perspectiva de comprensión del presente.
4) Conocer la Historia nos puede poner a salvo de las manipulaciones que desde las situaciones de poder pueden perpetrarse (y que no son un peligro hipotético, sino un hecho fehaciente que ha ocurrido y está ocurriendo ya).
5) Es crucial proporcionar al alumno contextos y referentes cronológicos sobre los que sea fácil situar los hechos, para que no se pierdan en el mar confuso de los acontecimientos.
6) Sin disponer de un claro eje cronológico, interiorizado por el alumno, no resulta pedagógico presentar la información en bloques temporales independientes.
7) Tampoco parece pedagógico acudir a la ficción histórica (o a la historia-ficción) como único recurso, sucumbiendo a los encantos y a la comodidad del cine frente a la literatura.
8) Enseñar Historia a una sociedad cada vez más multicultural es un reto. Se pueden ampliar las perspectivas geográficas de la visión que se ofrece a los alumnos (por ej. incluir en el análisis la visión oriental de la ciencia y la cultura y no sólo la occidental), pero también es factible enfatizar los momentos en que la Historia contiene una enseñanza de enriquecedor intercambio cultural y de apertura a otros mundos.
9) Evitar las simplificaciones maniqueas y el teatro moral con el que a veces se muestran los acontecimientos históricos. Entender la Historia supone ponerse en el lugar del otro, del extranjero, del enemigo, del que piensa distinto.
En defensa de la Historia
Antony Beevor
¿Es la Historia un producto acabado? Nuestro sistema educativo escolar parece considerarlo así. Por lo general, parece que la enseñanza de la Historia fuera percibida por el sector educativo como un equivalente de la enseñanza de las lenguas muertas: un lujo innecesario de épocas pasadas, y algo que el mundo actual no necesita. En los debates más recientes sobre los curricula nacionales, la Historia ha merecido el estatus de “asunto innecesario” (inessential subject). Esto constituye un error grave y miope.
En un nivel puramente práctico, la Historia es importante porque ofrece las habilidades básicas que los estudiantes necesitan para adentrarse en la Sociología, Política, Relaciones Internacionales y Economía. La Historia es también la disciplina ideal para quienes desean seguir la carrera de Derecho, así como ser funcionarios públicos o en el sector privado. Esto se debe a que la Historia enseña a los estudiantes a investigar y evaluar información, a organizar hechos y desarrollar argumentos, y a obtener conclusiones lógicas. La escritura de un ensayo entrena a los jóvenes a escribir informes y preparar exposiciones. Y, según los empleadores, estas son habilidades que los egresados carecen.
La Historia también es necesaria porque ayuda a explicar eventos actuales. ¿De qué manera la cultura y el capitalismo occidentales han dominado el mundo? ¿De qué forma las culturas aparecen y caen? Eso es lo que necesitamos saber, porque de otro modo no podremos comprender las consecuencias del despegue de China, India y Brasil, el debilitamiento de Estados Unidos ni la decadencia económica y política de Europa. La Historia no nos brinda las respuestas, pero definitivamente ayuda a centrar nuestras preguntas y nuestro entendimiento de las fuerzas que existen en el mundo de hoy.
Naturalmente, la Historia puede ser fácilmente manipulada. Necesitamos conocer la historia para detectar cuando nuestros líderes establecen paralelos falsos, como el Presidente Bush cuando comparó el 11 de septiembre con Pearl Harbor, o Tony Blair al referirse a Saddam Hussein como Hitler. Los medios de comunicación son también responsables por hacer fáciles comparaciones que terminan siendo equívocas. Como votantes, y como ciudadanos, debemos ser capaces de ver a través de estas peligrosas distorsiones.
Los profesores responsables de la materia, suelen tener poco tiempo para dedicar al análisis de estos temas. Cada año, las horas dedicadas a la enseñanza de la Historia han ido reduciéndose más y más. Junto con Albania e Islandia, Gran Bretaña es en la actualidad uno de los pocos países en Europa en los que el aprendizaje de la Historia no es obligatorio después de los 14 años de edad. Peor aun, el curso se imparte en módulos de conocimientos especializados, independientes entre sí.
¿Cómo podrá un niño interiorizar estos procesos sin una línea de tiempo? Una década parece para ellos un largo periodo de tiempo, por lo que un siglo, sin mencionar un mileno, está más allá de su imaginación. Algún tipo de comprensión de los eventos más importantes de Gran Bretaña y el mundo es esencial para brindar un contexto y un referente cronológico. Un amigo que enseña historia de la medicina a doctores graduados, me comentaba que no podía usar términos como “Napoleónico” o “Victoriano”. Sus altamente preparados estudiantes habían escuchado sobre Napoleón y la Reina Victoria, pero muchos no sabían en qué época habían vivido.
Pero además, la Historia es –o debería ser– interesante. Pese a que alguna vez fue descrita como “una maldita cosa después de la otra”, tanto la secuencia de causa y efecto como los detalles de la misma son fascinantes. Tratando de rehuir esto, muchos profesores que carecen de entrenamiento histórico se colocan naturalmente a la defensiva, temiendo que los temas puedan acabar siendo aburridos para sus alumnos. Sabiendo que el único contacto que estos tienen con la Historia es a través de películas o series, los profesores se sientes tentados de insistir ahí, utilizando programas como Blackadder para enseñar la Primera Guerra Mundial. En medio de una creciente sociedad post-escritura donde reina la imagen en movimiento, la historia convertida en ficción parece ser la norma.
Ya la televisión y el cine han influido en las escuelas y los estudiantes para escoger “Hitler and the Henries” como tema para sus exámenes, simplemente porque se sienten más cómodos con algo que ellos reconocen. Pero como Simon Schama discute acertadamente, hay muchos otros periodos y eventos que son igualmente interesantes y muy relevantes. Se necesita algo más que un enfoque narrativo para atrapar la imaginación de los jóvenes. Esto no debería ser difícil. Desde Edward Gibbon en el siglo XVIII, los historiadores británicos han utilizado una prosa que apunta a ser narrativa y cubrir un amplio espectro, en marcado contraste con el enfoque analítico usado en el resto de Europa.
Los críticos podrán decir que la Historia tal como se hace en Gran Bretaña es muy local y hace que inmigrantes y aquellos de otras culturas se sientan excluidos. Pero si el tema es enseñado de forma apropiada, los jóvenes podrán aprender cómo este país, desde sus inicios, ha absorbido sucesivas olas de migrantes. Enseñar la historia del imperio británico está relacionada, para bien o para mal, con la del mundo. El imperio nos hizo lo que ahora somos, formando nuestra identidad nacional. Un país que no entiende su propia historia difícilmente podrá respetar la de otros.
No quiero decir que los historiadores o los profesores de Historia tengan un rol moral. Su principal obligación es la de entender la mentalidad de una época y de transmitir ese conocimiento, no la de aplicar los valores del siglo XXI a épocas pasadas. Ni menos simplificarlos para propósitos morales. Es absolutamente correcto exponer los horrores del comercio trasatlántico de esclavos, pero el papel de los líderes africanos que participaron de este comercio también debe ser explicado. Y también el hecho que el comercio de esclavos en Medio Oriente fue más antiguo y letal. Sin lugar a dudas, este provocó la muerte de muchas más víctimas en circunstancias particularmente horribles.
Además, la Historia tampoco debe ser utilizada para inculcar virtudes ciudadanas. Aun cuando ofrece el acervo más rico de ejemplos y dilemas morales, los cuales conforman la materia prima de la ficción, el gran drama y la vida en sí misma. Sin un entendimiento de la Historia, nos vemos política, cultural y socialmente empobrecidos. Si sacrificamos la Historia a la presión económica o a recortes presupuestarios, perderemos una parte importante de quiénes fuimos.
Más información sobre Antony Beevor en Wikipedia.
Acceso al artículo original en The Guardian
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