¿Quién era Kircher?


ATHANASIUS KIRCHER fue un sabio jesuita alemán que representó el espíritu científico del siglo XVII. Nació en Geisa (Alemania) en 1602. Profesor de filosofía, matemáticas y lenguas orientales, se interesó por los más diversos temas del saber de su tiempo.

Fue el inventor de la linterna mágica, cartografió la Luna, las manchas solares y las corrientes marinas, ofreció hipótesis para interpretar la estructura interna de nuestro planeta, investigó el Vesubio descolgándose por su cráter, trató de descifrar los jeroglíficos egipcios, realizó experimentos de física y fisiología animal, observó la sangre al microscopio e inventó un sinnúmero de artilugios mecánicos.

Junto con Plinio, constituye el paradigma de la curiosidad científica y del gusto por el conocimiento, en cualquiera de sus formas.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Los discursos, de Juan José Millás


EL PAÍS de hoy publica en su contraportada una magnífica columna del periodista y escritor valenciano Juan José Millás. El paisaje desolado que describe me ha recordado inevitablemente al Pedro Páramo de Juan Rulfo y a esa ciudad de muertos que es Comala. Creo yo entender entre líneas que hay una indignación viva en la calle y unos discursos muertos que, incluso en la alternancia política bipartidista, nada nuevo parecen poder decir ya.
No se necesitan comentarios. El texto de Millás, desnudo, demoledor, habla y respira por sí solo. 

LOS DICURSOS
Juan José Millás

Una mañana pusimos la radio y no había argumentos nuevos, pero tampoco a veces hay calcetines limpios, qué le vamos a hacer, y tienes que tirar de los del cesto de la ropa sucia. Es lo que hicieron los tertulianos y analistas: sacaron los argumentos viejos del armario, los sacudieron un poco y resultó que estaban muertos, muchos de ellos en avanzado estado de descomposición. Pero, como decía el otro, el espectáculo debe continuar, de modo que tomaron los cadáveres, les dieron un barniz de formol, los maquillaron un poco, los revolvieron luego sobre la mesa de mármol del forense, como se revuelven las fichas de dominó antes del reparto, y tomándolos al azar fueron exponiéndolos al público con naturalidad, y sin que nadie protestara, como si la audiencia hubiera fenecido también. En la televisión y los periódicos ocurría lo mismo: programas muertos, por un lado, editoriales muertos por otro, artículos de opinión muertos a granel, ideas muertas en cada titular, hasta las necrológicas, el género más vivo de la prensa, parecían muertas. Y cuando se conoció la composición del nuevo Gobierno, resultó que estaba formado, sin excepción, por cadáveres. Pongan al menos un ministro de Economía vivo, se atrevió a solicitar un loco, pero lo hizo sin argumentos frescos en los que apoyar su petición. Así que ni el de Economía, ni el de Cultura, ni el de Fomento, ni el de Trabajo..., ninguno de ellos estaba vivo, todos muertos, lo que a la población viva, en vías de extinción, y dadas las características del presidente elegido, tampoco le extrañó demasiado. Así fue como un país entero siguió tomando el autobús y formando colas en las pescaderías y haciéndose transfusiones de sangre, y viendo la tele por la noche sin advertir que era un país de muertos. La enfermedad había empezado por las palabras, es decir, por los discursos.

(Tomado del diario EL PAÍS)

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