¿Quién era Kircher?


ATHANASIUS KIRCHER fue un sabio jesuita alemán que representó el espíritu científico del siglo XVII. Nació en Geisa (Alemania) en 1602. Profesor de filosofía, matemáticas y lenguas orientales, se interesó por los más diversos temas del saber de su tiempo.

Fue el inventor de la linterna mágica, cartografió la Luna, las manchas solares y las corrientes marinas, ofreció hipótesis para interpretar la estructura interna de nuestro planeta, investigó el Vesubio descolgándose por su cráter, trató de descifrar los jeroglíficos egipcios, realizó experimentos de física y fisiología animal, observó la sangre al microscopio e inventó un sinnúmero de artilugios mecánicos.

Junto con Plinio, constituye el paradigma de la curiosidad científica y del gusto por el conocimiento, en cualquiera de sus formas.
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domingo, 1 de mayo de 2011

Un vídeo didáctico sobre Traumatología y Ortopedia




Una animación sobre las nuevas técnicas de osteosíntesis en traumatología y ortopedia.
Realizada con gran acierto didáctico por la American Academy of Orthopedic Surgeons (AAOS).



Directed by Stephan Kuslich
Animation and Technical Direction: Nicolas Wiederhold
Lead Character Animator: Jayson Slinger
Art Direction and Additional Animation: Joel Erkkinen
Rigging, Texturing and Additional Animation, Patrick Schwalbe
Lighting and Rendering Mad Man: Matt Thelin
Music Score: Rob Solberg

jueves, 25 de marzo de 2010

El río Tinto es un parque marciano:


El científico Juan Pérez Mercader dirigirá un proyecto que se extenderá durante los próximos cinco años y que tiene entre sus objetivos la detección de formas de vida en zonas de la faja pirítica donde no llega la energía solar, un trabajo que tiene prevista una inversión de 3,4 millones de euros.

La faja pirítica es una vasta zona geográfica que se extiende a lo largo de gran parte del sur de la Península Ibérica, con una longitud estimada de 250 kilómetros de largo y de 30 a 50 de ancho, desde Alcácer do Sal (Portugal), al noroeste, hasta las provincias de Huelva y Sevilla.

La idea es explorar las zonas profundas de la faja pirítica, de 200 a 1.000 metros de profundidad, utilizando tecnología de vanguardia. Todo ello con el fin de disponer de un conocimiento instantáneo del hábitat subterráneo y de los parámetros físico-químicos relacionados con la actividad biológica, de forma que se genere información esencial para reconocer flujos de energía y de materia. Este campo de estudio se ha dado el llamar geomicrobiología subterránea y se cree que aclarará muchas de las incógnitas surgidas en el proyecto Marte de la NASA (2003-2005). Se buscarán expresamente formas de vida que no dependan directamente de la energía solar.

Como base se tomará al propio río Tinto, que da nombre al pueblo onubense, que cuenta con un ambiente extremo inusual: un pH ácido constante, una elevada concentración de metales pesados y, a pesar de ello, un elevado nivel de biodiversidad, principalmente eucariótica. La existencia de estos organismos capaces de sobrevivir en situaciones aparentemente tan extremas (se denominan por ello "extremófilos", es decir, adaptados a condiciones extremas), tan alejadas de las que tradicionalmente se han considerado como "ideales" para la vida, hace que nos replanteemos de otro modo las clásicas preguntas sobre las posibilidades de vida fuera de nuestro planeta.

Hoy en día se sabe que las condiciones extremas del Tinto no se deben a la actividad minera, sino al metabolismo de microorganismos capaces de obtener energía a partir de los sulfuros metálicos de la faja pirítica, y su estudio será clave en la conclusiones finales de este proyecto. Es decir, los microbiólogos y astrobiólogos del siglo XXI han cambiado su estrategia: se han dado cuenta de que deben estudiar Huelva para entender Marte.


viernes, 13 de noviembre de 2009

Descubren el gen del lenguaje




Si tenemos la oportunidad de leer este artículo y después comentarlo con otras personas, tenemos que darle las gracias al gen FOXP2. 

Según han descubierto investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), la versión humana de este gen modifica la actividad de otros 116 genes en el cerebro, de modo que cambia la arquitectura del órgano y aparece el don del lenguaje. Este mismo gen actúa también en otros órganos, especialmente en actividades de coordinación motora, de modo que el aparato de fonación puede ejecutar la compleja secuencia de movimientos que permite el habla. FOXP2 emerge así como el interruptor maestro del lenguaje, ya que de él depende que se produzcan la multitud de modificaciones necesarias en el cuerpo humano para poder hablar. 

La investigación, que se presenta hoy en la revista Nature, responde a «una de las preguntas centrales del estudio de la evolución humana: ¿cómo hemos adquirido los humanos la capacidad del lenguaje?», explicó ayer Robert Sala, investigador de Atapuerca y de la Universitat Rovira i Virgili. 

El gen FOXP2 ha sido conocido como «el gen del lenguaje» desde que en el 2001 se descubrió que estaba mutado en varias personas de una misma familia que sufrían disfunciones lingüísticas. Pero faltaba explicar cómo un único gen puede regular una función tan compleja como el lenguaje, que afecta a tantas regiones del cerebro y a tantos órganos distintos. 

Se sabía que todos los vertebrados tienen un gen FOXP2, que interviene en funciones motoras como la coordinación muscular. Y se descubrió que sólo hay dos diferencias minúsculas entre el FOXP2 de los humanos y el de nuestros parientes más próximos, los chimpancés: concretamente, dos aminoácidos son distintos entre la proteína producida por el gen FOXP2 humano y el de los chimpancés. 

Para averiguar qué efectos tienen estos dos cambios de aminoácidos, los investigadores de UCLA introdujeron el FOXP2 del chimpancé en neuronas humanas. Seguidamente, analizaron qué genes están activos en estas neuronas. Y compararon los resultados con los genes activos en neuronas humanas normales. Cuando los investigadores analizaron los cultivos celulares con avanzadas técnicas genómicas observaron que más de cien genes estaban actuando de manera distinta entre las neuronas con FOXP2 humano y de chimpancé. Estos resultados se confirmaron después analizando la actividad genética en tejido cerebral de personas y chimpancés. 

Otra investigación publicada este año en la revista Cell observó que, si se introduce el gen FOXP2 humano en ratones, se alargan las dendritas (prolongaciones de las neuronas) en algunas regiones del cerebro y emiten más vocalizaciones. 

Los resultados del equipo de UCLA «muestran que un pequeño cambio en un gen puede tener grandes consecuencias; por lo tanto, dos especies pueden tener genomas muy parecidos, como nosotros y los chimpancés, y sin embargo ser muy distintas en algunos aspectos», destaca Carles Lalueza, del Institut de Biologia Evolutiva CSIC-UPF. 

La nueva investigación ayuda a resolver dos problemas que tenía planteados hasta ahora el estudio del origen del lenguaje. El primero es que, si un único gen actúa sobre muchos otros, «no es preciso que se hayan producido muchas mutaciones genéticas distintas, que era improbable que hubieran ocurrido al mismo tiempo, para explicar cómo los humano desarrollaron el lenguaje», apunta Robert Sala. 

Segundo, si FOXP2 actúa tanto sobre el cerebro como sobre el aparato de fonación, la evolución de un único gen basta para explicar cómo apareció, por un lado, la capacidad de procesar el lenguaje en el cerebro y, por otro, la capacidad de hablar. 

Pero no todo está explicado con FOXP2, advierten los autores de la investigación. A partir de ahora, señalan, habrá que averiguar cómo influyen en el lenguaje los 116 genes alterados por la versión humana de FOXP2. Según destaca en un comunicado Genevieve Konopka, primera autora de la investigación, «al identificar los genes influenciados por FOXP2, tenemos nuevos instrumentos para estudiar cómo el lenguaje humano está regulado a nivel molecular».

martes, 4 de marzo de 2008

martes, 30 de octubre de 2007

Biología: El osmómetro de Dutrochet

En este vídeo podrás comprobar visualmente el fenómeno de la ósmosis.

Imaginemos que dentro de la cápsula hay una solución saturada de una sal (sulfato de cobre, de color azul). Dicha cápsula está sumergida en un vaso de precipitados lleno de agua del grifo. Ambas disoluciones, de muy diferente concentración, están en contacto a través de una membrana semipermeable (sujeta a la cápsula con una goma elástica). Se desencadena entonces una corriente osmótica muy violenta que lleva las moléculas de agua desde el vaso (donde la concentración es baja) a la cápsula (donde la concentración es alta), a fin de igualar las concentraciones. Vemos, por ello, ascender el nivel del líquido en la cápsula.

En los últimos segundos del experimento verás que la columna azul baja de repente. Se debe a la rotura accidental de la membrana, que es frágil y no ha soportado la presión osmótica ejercida. No olvides que ósmosis, en griego, significa precisamente empuje.



Lo que has visto aquí lo expuso ya en 1828 el médico francés Henri Dutrochet. Él añadía una columna de mercurio al extremo del tubo vertical, que marcaba exactamente la presión osmótica ejercida sobre una escala graduada. El aparato resultante se denomina OSMÓMETRO.
Dutrochet había ejercido un tiempo como médico militar en el hospital de Burgos, hasta que en 1809 contrajo el tifus y se volvió a Francia para dedicarse por entero a la investigación científica. Fue una de las primeras personas en sostener que todos los seres vivos están formados, estructural y funcionalmente, por asociación de células y en comprobar experimentalmente que durante el proceso de la fotosíntesis se desprende oxígeno. Realizó también importantes descubrimientos sobre el desarrollo embrionario.
Puedes conocer más datos de la vida de Dutrochet pinchando este enlace a la wikipedia francesa.