¿Quién era Kircher?


ATHANASIUS KIRCHER fue un sabio jesuita alemán que representó el espíritu científico del siglo XVII. Nació en Geisa (Alemania) en 1602. Profesor de filosofía, matemáticas y lenguas orientales, se interesó por los más diversos temas del saber de su tiempo.

Fue el inventor de la linterna mágica, cartografió la Luna, las manchas solares y las corrientes marinas, ofreció hipótesis para interpretar la estructura interna de nuestro planeta, investigó el Vesubio descolgándose por su cráter, trató de descifrar los jeroglíficos egipcios, realizó experimentos de física y fisiología animal, observó la sangre al microscopio e inventó un sinnúmero de artilugios mecánicos.

Junto con Plinio, constituye el paradigma de la curiosidad científica y del gusto por el conocimiento, en cualquiera de sus formas.

martes, 27 de julio de 2010

El coqueteo puntuado de Leila Macor

Fuente: El castellano.org. La página del idioma español.
Leila Macor (de su libro Nosotros, los impostores. Montevideo: Sudamericana, 2010)


Siempre que pongo un punto y coma sonrío. Me acuerdo de un amigo de mi hermano, a quien yo amaba como loca en mi adolescencia, que dijo una vez que un verdadero escritor se reconoce porque sabe usar el punto y coma. Por supuesto comencé a usar frenéticamente el punto y coma, aunque él nunca se dio cuenta de mi pericia puntuadora. Luego, en el colegio, escribía parodias de los poemas que estudiábamos en la clase de Literatura y las pegaba en la cartelera del salón, sólo para ver reír al chico del fondo que me gustaba y que no me hacía el menor caso, excepto cuando leía aquellas burlas gracias a las cuales yo existía un poquito para él. Me enamoré después de un hippie. En consecuencia, un ejército de gnomos, hadas y plagiados cronopios tomó por asalto mis cuadernos, que por fortuna hice desaparecer de la faz de la Tierra. Mi primer novio leía a Nietzsche: en aquel tiempo escribí herméticamente versos oscuros sobre simbólicas tarántulas que hoy día no consigo entender (y creo que en aquel momento tampoco). 

El siguiente fue un poeta para quien el punto y coma era tan feo e inelegante como una factura de la luz, los dos puntos un recurso vulgar destinado a un recetario de cocina y los paréntesis una trampa que esconde la incapacidad expresiva del escritor. Así que punto y coma, dos puntos y paréntesis quedaron proscritos de mi escritura durante un par de años. Sólo después de mucho esfuerzo los logré reincorporar. Algunos de los hombres que me gustaron no eran lectores y simplifiqué mis textos; otros eran intelectuales y entonces los academicé, llenándolos de citas de Heidegger y Schopenhauer que tomaba prestadas de mi agenda. Una vez me enamoré de uno que amaba las oraciones cortas y las sentencias desadjetivadas; poco después me enamoré de otro que prefería el barroquismo y las descripciones delirantes: salté de Carver a Carpentier como quien cruza la calle. Después tuve un novio fanático de Rimbaud y de Baudelaire y yo me puse por tanto agresiva y negativa. 

Luego vino un chico que odiaba el «sándwich literario», que es cuando se coloca un sustantivo entre dos adjetivos (por ejemplo, la «enigmática casa antigua»). Ergo, me volví implacable con los adjetivos, cacé sándwiches y acabé con todos ellos. El siguiente se la tenía jurada a los adverbios. Decía que son un bastón para apoyar a un verbo que no tiene suficiente fuerza. Saqué adverbios y usé sólo verbos autoválidos. Y otro abogaba por la eliminación de la palabra «como». La luna es un queso, no como un queso. El «como» ensucia la metáfora, decía, porque la transforma en una anodina comparación. Busqué entonces todos los «como» de mis archivos con Find and Replace y los borré de un manotón en el teclado. Luego mi ex esposo se reveló como un gran admirador de Kundera y elogió las metáforas que «caen como un rayo iluminador sobre una escena». Intenté por ende, y durante años, imitar el rayo iluminador de Kundera. Pero ninguno de ellos se enteró jamás, lógicamente, de todo esto que se cocía entre la palabra y yo. 

Desde que puedo recordar, la escritura ha sido mi forma más inadvertida, menos eficaz y peor orientada de coquetear. 

domingo, 25 de julio de 2010

Tener hijos no le convierte a uno en padre, del mismo modo que tener un piano no le convierte a uno en pianista.
Michael Levine

sábado, 24 de julio de 2010

La querencia del maestro


Está ya en las carteleras la película "La última estación", de Michael Hoffman, sobre los últimos años del novelista ruso León Tolstói. Aunque tiene dos nominaciones a los Premios Óscar y a los Globos de Oro, la crítica está dividida entre quienes la alaban sin reservas y quienes dicen que no se ha sacado todo el partido del argumento. 

El film muestra la pasión turbulenta de Tolstói y su mujer Sofía, que ve cómo las propiedades familiares y el porvenir de sus hijos se ven comprometidos por la nueva religión que ha inventado su marido, basada en la pobreza, el celibato y el vegetarianismo y que arrastra ya a buen número de adeptos.
Puede visitarse la web de la película en:

Recientemente, el escritor Mario Vargas Llosa contaba en EL PAÍS su visita a Yasnaya Polyana, la legendaria granja de Tolstói.



Tolstói no solo fue uno de los más grandes novelistas de todos los tiempos, sino también un místico, un patriarca de la moral, un pacifista mesiánico que inspiró a Gandhi y los 'kibutz'


MARIO VARGAS LLOSA, julio 2010
ILUSTRACIÓN: FERNANDO VICENTE


Desde que leí por primera vez Guerra y Paz, de Lev Tolstói, todo un volumen de La Pléiade, en el verano de 1960, en Perros-Guirec, un pueblecito de Bretaña, soñaba con visitar alguna vez Yasnaya Polyana. Me he demorado medio siglo en materializar aquel sueño, pero valía la pena porque la finca y la casa donde Tolstói nació, pasó la mayor parte de su vida, escribió sus dos obras maestras -Guerra y Paz y Anna Karénina- y donde fue enterrado, se hallan maniáticamente preservadas, según una robusta tradición de este país donde los escritores insumisos, mientras están vivos y escribiendo, suelen ser censurados, acosados, encarcelados y a veces asesinados, pero cuando mueren se convierten en objetos de un culto religioso.
Sufría de verdad por los privilegios de que gozaban él y toda la clase aristocrática
Es un hermoso lugar, a unos 200 kilómetros al sur de Moscú, en los alrededores de Tula, lleno de estanques, con avenidas de abedules, álamos, robles y manzanos, que cortan los sembríos cuadriculados, y, en este día soleado y cálido, se divisan aquí y allá grupos de estudiantes de una escuela de Bellas Artes que pintan paisajes del natural. Señalando los establos, la guía nos precisa que cuando Tolstói vivió aquí la finca contaba con 30 caballos -el dueño de casa era un avezado jinete- y el número se conserva tal cual. También los árboles frutales plantados en su tiempo, así como las jardineras, y que todo el mobiliario y los objetos de la casa principal pertenecieron a la familia. Durante la Segunda Guerra Mundial se salvaron de milagro, pues el Ejército de Hitler ocupó la vivienda, pero la encontró vacía porque los campesinos ocultaron todo lo que había en ella y lo devolvieron luego de la derrota de los invasores.
Desde afuera, la casa tiene un semblante imponente, con sus balcones de barandas labradas y sus maderas pintadas de blanco, pero en el interior todo es sencillo, más bien rústico, y algo apretado, pues aquí vivieron, además de Lev y Sofía, su esposa, los ocho hijos que sobrevivieron de los 13 que concibió la pareja, además del médico de la familia, el secretario y una nube de mayordomos y sirvientas. El cuartito en el que Lev se confinó cuando decidió renunciar al sexo es minúsculo y espartano, la celda de un monje.
El escritorio es pequeño y emocionante, con sus plumas, tinteros, secantes, fotografías familiares, y los dos libros que Tolstói estaba leyendo a sus 82 años, el mismo día que se fugó de la brava Sofía para ir a morir a la minúscula aldea de Astapovo: los Ensayos de Montaigne y los Pensamientos de Pascal. Los estantes que pululan por todos los rincones de la casa tienen libros en cinco idiomas -se dice que leía 14-, pero entre los extranjeros prevalece el francés. Vi varios de Victor Hugo, de quien Tolstói elogió Los Miserables con un entusiasmo inusual en él, pero, en cambio no divisé ninguna comedia de Shakespeare a quien intentó fulminar con una diatriba tan disparatada como insólita.
En los últimos meses de su vida, este octogenario había comenzado también a estudiar chino, prueba irrefutable de la juventud de su espíritu y de esos lampos de locura que jalonaron siempre su genialidad. Para entonces hacía años que había dejado de ser sólo uno de los más grandes novelistas de todos los tiempos, para convertirse en un profeta, un místico, un inventor de religiones, un patriarca de la moral, un teórico de la educación y un fantasioso ideólogo que proponía el pacifismo, el trabajo manual y agrícola, el ascetismo y un cristianismo primitivo, libertario y sui generis como remedio a los males de la humanidad. A esta casa le llegó la noticia de que la Iglesia Ortodoxa lo había excomulgado, algo que en vez de perjudicarlo lo hizo más popular, por lo menos fuera de Rusia. Las cosas que decía reverberaban por todo el planeta y por lo menos en cuatro de los cinco continentes surgieron, ya en vida de él, esas comunidades agrarias de jóvenes tolstoianos -muchos artistas y poetas entre ellos- que abandonaban las ciudades, renunciaban al espíritu de lucro e iban a regenerarse moralmente compartiéndolo todo y trabajando la tierra con sus manos. Que estas colonias anarco-pacifistas no duraran mucho tiempo no impidió que el pacifismo mesiánico de Tolstói dejara una marca en la historia: Mahatma Gandhi fue uno de sus más ilustres discípulos, al igual que Martin Luther King, y el sionismo se inspiró en muchas ideas de Tolstói, sobre todo en la concepción del kibutz.
Pero el inmenso prestigio que llegó a alcanzar en el mundo entero no hubiera sido posible si, detrás de sus audaces, pintorescas y a veces temerarias teorías, no hubieran existido las novelas que escribió, sobre todo ese prodigio que es Guerra y Paz. ¿Cómo lo hizo? Aquí, a Yasnaya Polyana, vienen investigadores del mundo entero a tratar de averiguarlo, escudriñando sus borradores, notas, resúmenes de lecturas y de testimonios que fueron la materia prima de esa ciclópea empresa, acaso la más ambiciosa que haya emprendido jamás un escritor. Pero aunque de esos escrutinios salgan a veces ensayos lúcidos e interpretaciones profundas, es seguro que ninguno de ellos llegará jamás a explicar entera y cabalmente el misterio que es siempre una obra maestra absoluta.
Yo la he leído tres veces, en francés, en inglés y en español, y cada vez he sentido ese malestar impregnado de maravillamiento y envidia que produce una obra de arte que parece haber roto los límites, ido más allá de lo posible al común de los mortales, al recrear un mundo tan diverso y vertiginoso como el real, pero mucho más nítido, coherente, comprensible y perfecto, con sus casi 600 personajes tan bien diferenciados, sus epopeyas y sus miserias, su aptitud para elevarse sobre sus limitaciones y defectos y alcanzar el heroísmo, la sabiduría y la santidad, o hundirse en la vileza, en la mediocridad del montón y llegar ya siendo nadie a la nada. En ninguno de sus ensayos describió mejor Tolstói la condición humana, lo que somos y lo que no somos, que en esta novela, que emprendió sin pretensiones filosóficas, sociológicas ni religiosas, en la que, como escribió en el epílogo del libro, se propuso sólo contar una historia militar. Guerra y Paz también es eso, desde luego, una crónica de la resistencia del pueblo ruso a la invasión de las tropas napoleónicas, que se lee con la atención absorbente que merece una buena novela de aventuras. Pero es al mismo tiempo tantas otras cosas que cualquier definición resulta pobre comparada con esa miríada de experiencias y situaciones que hay en ella: lo militar, lo religioso, lo político, lo artístico, el amor, el odio, la generosidad, la amistad, los demonios de la irracionalidad y los instintos más oscuros, el candor, la pureza, la soledad. El calificativo que más le conviene es: total. Nada le falta, nada le sobra para darnos esa impresión fantástica del aleph borgiano: todo está allí. Una novela que ha materializado el anhelo imposible de todo novelista: recrear un mundo a su imagen y semejanza, en su totalidad.
Probablemente Tolstói nunca fue consciente de su logro. Estaba siempre demasiado entregado a sus proyectos revolucionarios, la escuela para los hijos de los siervos donde ensayó métodos educativos de su invención y cuyo local aún se conserva, o la manera de refrenar la concupiscencia y los apetitos materiales a los que sucumbió tantas veces, siempre con atroces remordimientos y propósitos de enmienda, o en su empeño de hacer de la religión algo que desechara toda forma de prejuicio, oscurantismo y superstición y congeniara con la naturaleza humana. Aunque podía ser arrogante y soberbio en el plano intelectual, y exigía de sus amigos y discípulos la incondicionalidad, carecía de las mediocres vanidades de muchos de sus colegas, y no le importaban la fama, los reconocimientos ni el poder. Sufría de verdad por los privilegios de que él y toda la clase aristocrática gozaban y se compadecía hasta las lágrimas por la condición de los humildes y de todas las víctimas de la pobreza, la explotación y la injusticia. Que los remedios que imaginara para poner fin a la desigualdad y al abuso fueran ingenuos y a menudo irreales no disminuye el valor moral de sus esfuerzos, en su vida diaria, por privarse de todo lujo, imponerse costumbres ascéticas y multiplicar las iniciativas a fin de acercarse espiritualmente a los desheredados.
Lo más hermoso de Yasnaya Polyana es la tumba de Tolstói. Está en medio del bosque y no hay en ella inscripción alguna: un pequeño montículo cubierto por la hierba y rodeado de altísimos árboles cuya verdura, en este impetuoso día de verano, resiste la embestida del sol. El aire susurra entre las hojas y las ramas y hay en el lugar una paz y un sosiego que Lev Tolstói no conoció jamás en toda su existencia.
Al salir de la finca-museo, el visitante puede almorzar en un pequeño restaurante del poblado de Yasnaya Polyana que ofrece platos guisados según las recetas de Sofía Tolstói. Valientemente, yo pido uno de ellos, al tanteo. Resulta ser un guiso espeso y oloroso de papas, cebollas, setas y pedazos de carne muy nerviosa que rasca el paladar. ¡Todo sea por el genio!
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2010.© Mario Vargas Llosa, 2010.

jueves, 22 de julio de 2010

Crónica sanitaria de un bicentenario (1810-2010)

Los días18 y 19 de noviembre de 2010 tendrá lugar un ciclo de conferencias sobre la salud, enfermedad, instituciones sanitarias, saberes médicos, epidemias, hospitales, mortalidad demografía, biografías y en general cualquier tema relacionado con en el periodo que se extiende desde finales del siglo XVIII al primer cuarto del XIX.




Asistencia libre y gratuita previa inscripción en la Oficina del Bicentenario o enviando un e-mail a:
 bicentenario@sanfernando2010.com con el asunto "Salud y enfermedad en la Isla".
Puede descargar el tríptico de la programación de las jornadas desde la web oficial del bicentenario de las Cortes de 1810.

miércoles, 21 de julio de 2010

Fotos sin comentarios


Estas composiciones tan llamativas, a medio camino entre el humor, la entomología y lo escatológico son del fotógrafo sueco Magnus Muhr. Hay más en su web: http://muhrgalleri.area81.se/

lunes, 19 de julio de 2010

Pedro Navaja, matón de esquina

Kurt Weill fue un músico aleman de origen judio, nacido en 1900 que hizo numerosas composiciones muy conocidas para el teatro musical y el Cabaret, tan de moda en la Alemania de principios de siglo XX.




En colaboración con Bertold Brecht, que puso la letra, adaptó esta historia de navajeros y barrios bajos, que ha conocido numerosas versiones y traducciones (Mackie Messer, Mack the Knife, Macky Navaja, Pedro Navaja...)

Creo que la interpretación de Pedro Navaja más conocida en español es la del panameño Rubén Blades (por curiosa coincidencia, "blade" es, en inglés, la hoja del cuchillo o la navaja). A los críticos les gusta decir que Blades pertenece al género que llaman "salsa intelectual", porque asocia un ritmo popular como es la salsa con letras de contenido social y político, que convierten las canciones en denuncias escondidas en la musiquilla inocente de la salsa. Es, por tanto, ejercicio para las piernas y para el cerebro.
Aquí está el siniestro Pedro Navaja, guapo de barrio y matón de esquina:




Por la esquina del viejo barrio lo ví pasar,
con el tumbao que tienen los guapos al caminar,
las manos siempre dentro ´el bolsillo de su gabán
pa´ que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal.


Usa un sombrero de ala ancha de medio la´o
y zapatillas por si hay problemas salir vola´o,
lentes oscuros pa´ que no sepan qué está mirando
y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando.


Como a tres cuadras de aquella esquina una mujer
va recorriendo la acera entera por quinta vez
y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar
que el día está flojo y que no hay clientes pa´ trabajar.


Un carro pasa muy despacito por la avenida,
no tiene marcas, pero to´ saben que es policía.
Pedro Navaja, las manos siempre dentro ´el gabán,
mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar.


Mientras camina, pasa la vista de esquina a esquina.
No se ve un alma, está desierta toa la avenida.
Cuando, de pronto, esa mujer sale del zaguán
y Pedro Navaja aprieta el puño dentro el gabán.

Mira pa´ un la´o, mira pal´ otro y no ve a nadie,
y a la carrera, pero sin ruido, cruza la calle.
Y, mientras tanto, en la otra acera va esa mujer
refunfuñando pues no hizo pesos con qué comer.


Mientras camina del viejo abrigo saca un revólver
y va a guardarlo en su cartera pa´ que no estorbe.
Un treinta y ocho "Smith & Wesson" del especial
que carga encima pa´ que la libre de todo mal.


Y Pedro Navaja, puñal en mano, le fue pa´ encima,
el diente de oro iba alumbrando to´ la avenida,
mientras reía el puñal le hundía sin compasión,
cuando de pronto sonó un disparo como un cañón...


...cayó en la acera mientras veía a esa mujer
que, revólver en mano y de muerte herida, a él le decía:
"Yo que pensaba: hoy no es mi día, estoy salá,
pero, Pedro Navaja, tú estás peor: no estás en na´".


Y créanme gente que aunque hubo ruido nadie salió.
No hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró.
Sólo un borracho con los dos cuerpos se tropezó,
cogió el revolver, el puñal, los pesos y se marchó.


Y tropezando se fue cantando desafina´o,
el coro que aquí les traje y da el mensaje de mi canción:
"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida" ¡ay, Dios!...
...matón de esquina, el que a hierro mata a hierro termina...
...Maleante pescador, mal anzuelo que tiraste,
en vez de una sardina un tiburón enganchaste...
(Instrumental)
...Ocho millones de historias tiene la ciudad de Nueva York...
Como decía mi abuelita:"El que el último ríe, se ríe mejor"...
...Cuando lo manda el destino, no lo cambia ni el más bravo,
si naciste pa´ martillo, del cielo te caen los clavos....
...Barrio de guapos cuida´o en la acera, cuida´o camarada
que el que no corre vuela...
Como en una novela de Kafka absurdamente el borracho dobló por el callejón...

Una de las versiones inglesas de Mack the Knife mejor interpretadas que he visto en la red:

Oh, the shark has pretty teeth dear
And he shows em, pearly white
Just a jack knife has macheath dear
And he keeps it way out of sight

When that shark bites with his teeth, dear
Scarlet billows begin to spread
Fancy gloves though has macheath dear
So theres never, never a trace of red

On the sidewalk, one sunday morning
Lies a body, oozin life
Someones sneaking round the corner
Could that someone be mack the knife

From a tugboat, on the river going slow
A cement bag is dropping on down
You know that cement is for the weight dear
You can make a large bet mackies back in town

My man louis miller, he split the scene babe
After drawing out all the bread from his stash
Now macheath spends like a sailor
Do you suppose our boy, hes done something rash

Old satchmo, louis armstrong, bobby darrin
Did this song nice, lady ella too
They all sang it, with so much feeling
That old blue eyes, he aint gonna add nothing new

But with this big band, jumping behind me
Swinging hard, jack, I now I cant lose
When I tell you, all about mack the knife babe
Its an offer, you can never refuse

We got patrick williams, bill miller playing that piano
And this great big band, bringing up the rear
All the band cats, in this band now
They make the greatest sounds, youre ever gonna hear

Oh sookie taudry, jenny diver, polly peachum, old miss lulu brown

Hey the line forms, on the right dear
Now that macheaths back in town
Youd better lock your doors, and call the law
Because macheaths back in town


Para terminar, aquí está la versión original en alemán (subtitulada en inglés) de Kurt Weil de Mackie Messer. Los chasquidos que hace la intérprete (Uta Lemper) con los dientes y sus silbidos de chulo de barrio le dan una atmósfera magnífica y parece que estamos viendo los gestos descarados del propio Mackie Messer y hasta notamos que guarda una navaja en el bolsillo.







Und der Haifisch, der hat Zähne
Und die trägt er im Gesicht
Und MacHeath, der hat ein Messer
Doch das Messer sieht man nicht

An 'nem schönen blauen Sonntag
Liegt ein toter Mann am Strand
Und ein Mensch geht um die Ecke,
Den man Mackie Messer nennt

Und Schmul Meier bleibt verschwunden
Und so mancher reiche Mann
Und sein Geld hat Mackie Messer
Dem man nichts beweisen kann

Jenny Towler ward gefunden
Mit 'nem Messer in der Brust
Und am Kai geht Mackie Messer,
Der von allem nichts gewußt

Und die minderjährige Witwe
Deren Namen jeder weiß
Wachte auf und war geschändet
Mackie welches war dein Preis?

Refrain
Und die einen sind im Dunkeln
Und die anderen sind im Licht
Doch man sieht nur die im Lichte
Die im Dunklen sieht man nicht

Doch man sieht nur die im Lichte
Die im Dunklen sieht man nicht




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