
Por más veces que lo miro
no consigo entenderlo:
al móvil de mi chiquillo
le faltan letras a porrillo
y tendré que devolverlo.
-Si las dos patas delanteras del caballo están en el aire, significa que el jinete murió en combate.
-Si sólo una de las dos patas delanteras lo está: el jinete no murió en el combate, pero sí a consecuencia de las heridas recibidas. A veces, en personajes de muy alto rango, puede que signifique que el jinete murió durante el tiempo en que ejercía todavía su poder, aunque las causas de la muerte fueran naturales.
-Si las cuatro patas apoyan en el suelo, el jinete murió por causas no violentas.
Una precaución elemental se impone aquí: si la estatua fue erigida antes de la muerte del personaje en cuestión, no tiene sentido aplicar este criterio, pues ser escultor no implica ser adivino.
Siempre que veo un estatua ecuestre intento poner en práctica esta regla asumida y casi siempre me decepciono. Basta pasear por algunas de nuestras plazas o echar un vistazo a la red para comprobar que existen casi tantos ejemplos como excepciones al citado “código de las patas”.
Tomemos el caso de Simón Bolívar, que ha sido representado frecuentemente a caballo, pero no parece que haya acuerdo sobre si murió en plena batalla (véase la estatua de Caracas, a la izquierda) o a consecuencia de las heridas del combate (véase la estatua de Sevilla, a la derecha).
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Para mayor perplejidad, no olvidemos que Bolívar, además de la batalla política y militar que supo dar en vida, tuvo que enfrentarse a una tuberculosis. Ésta fue la que, finalmente, le causó la muerte. Significa eso que, en realidad, habría que representar a su cabalgadura con las cuatro patas en el suelo. Y no conozco ninguna estatua de Bolívar en esa actitud. ¡Vaya lío!
La única explicación que se me ocurre es que los que encargan la estatua no suelen tener tiempo de leer libros de simbología.
Enlace a la Fundación Príncipe de Asturias.
Cuando había cumplido ya los noventa, escribió este primer tomo de su autobiografía, que tituló Memorias de un cirujano (1908-1945) y publicó Península en 2001. Creo que actualmente el libro está descatalogado. La obra constituye un repaso personal lleno de interés de los acontecimientos que vivió nuestro país en la primera mitad del siglo XX: la fuerte conflictividad social, la constante crisis política, los esfuerzos de Cataluña por trazar su propio destino y, sobre todo, la Guerra Civil de 1936 y la triste secuela de muerte, hambre, destrucción y rencor que fue nuestra posguerra.
Formado como cirujano por el catedrático Joaquim Trias, el doctor Broggi ejerció en el Hospital Clínico de Barcelona durante la Segunda República y participó después en el conflicto bélico como cirujano de las Brigadas Internacionales. Es probablemente esta parte del relato la que cobra un mayor dramatismo y la que contiene referencias históricas de mayor interés, especialmente en el terreno de la sanidad, como el desarrollo de los primeros bancos de sangre, la elaboración de protocolos de actuación frente a las heridas de guerra o la puesta en marcha de una flotilla de quirófanos móviles (el Auto-Chir), que se encargó a la casa Renault de París y que el propio Broggi contribuyó a diseñar. No olvidemos que la Guerra Civil española (1936-1939) fue el ensayo general de la II Guerra Mundial, también en lo referente a la sanidad militar.
La lectura de Memorias de un cirujano nos cura de partidismos e intolerancias, porque Broggi califica con la misma firmeza las estupideces cometidas por uno y otro bando. Una lectura para entendernos mejor, cualquiera que sea nuestra convicción política.